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Surfear la Vida

Entrar al mar es como cada día de la vida. No existe un día igual al otro. 

Pareciera que el objetivo es correr la ola, pero ese sería el fin. El objetivo es (en todo caso) sortear cada uno de los pasos hasta llegar a ese momento único de surfear. El primer momento es prepararse en tierra para entrar, y hay varias cosas que decidir. Por ejemplo; si ir con lycra o traje de neopreno, largo o corto, con patas de rana o sin.

Después entrar al agua y comenzar a remar sobre la tabla para pasar la rompiente, muchas veces no es sólo una sino dos, o tres y las olas pueden romper con mucha violencia. Hay series de olas que no terminan nunca y pueden hacer perder la tranquilidad y hasta pensar que no se puede. 

La clave es conectar, conectarse con uno mismo y con el mar… con el ambiente. Y poder pensar, sentir y coordinar movimientos y respiración. Sentir el cuerpo. No se puede entrar pensando en otra cosa, hay que estar ahí, bien concentrado con lo que está sucediendo en ese mismo momento, con uno y con el mar y las olas. 

Como en todo arte, porque surfear es un arte, hay una técnica. Cuando la ola viene hay que filtrarla, atravesarla, nunca enfrentarla, nunca enojarse ni perder la paciencia, mirarla con la frente en alto y en el momento justo… zas, la cabeza cerca de las manos contener la respiración, pegar la frente a la tabla y esperar. No es uno que la atraviesa, ella deja que pase es una sensación de comunión el momento de filtrarla. Y así, uno se va conectando con el mar y las olas de ese unico momento.

Pero eso no es todo. Si la ola rompió muy cerca o sobre uno, la “batidora” que se forma te envuelve y hace que pierdas metros y hasta la noción de dónde está la superficie. Ese es el momento cuando más tranquilo hay que estar y dejar que pase, dejarse llevar hasta sentir esa tranquilidad que viene después del golpe, la luz que se siente en los párpados nos indica la superficie y al salir, es momento de remar, y comenzar de nuevo. Una vez filtrada una ola con éxito hay que remar, remar muy fuerte para pasar esos metros que parecen interminables. También puede pasar que sea una serie larga de olas, en ese caso las opciones son dos. O filtrar todas o dejarse llevar, que pase la serie, perder muchos metros que ya se habían ganado y comenzar a ganarlos nuevamente e intentar pasar la rompiente antes que llegue la nueva serie. En los dos casos hay riesgos, en el primero el riesgo es perder la calma y al no respirar con tranquilidad en los segundos que hay entre ola y ola, perder la fuerza y retroceder. En la segunda, perder tantos metros y tantas veces que sobrevenga la desmotivación. En ambas opciones, hay posibilidades de fracasar, ¿pero qué sería fracasar?. Y ahí, hay que elegir que hacer, dejarse sentir, pensar… quizás escucharse atentamente en una charla con uno mismo y el mar y las olas y volverse a decir: adelante!! una vez más!! aunque ya sean mil… 

VIene otro momento de tensión y quizás ya se alcance la meta y se pase la rompiente. Ahora empieza el juego.  

Es el momento de descansar un poco, observar el camino recorrido, mirar el cielo y sentir la brisa, el sol y el mar que es uno con uno mismo. También mirar a otras tablas que están a lo lejos pero a la misma altura y ver como otras intentan pasar una y otra vez esos lugares por donde ya pasamos.  Algunxs con más recursos que otrxs, quizás más preparadxs, con más experiencia o simplemente con mejores o peores herramientas. Y muy probablemente la capacidad de adaptación, la rapidez, la flexibilidad, la creatividad y la confianza en cada unx promuevan los próximos movimientos. 

Es en ese instante donde se va dando cuenta que cada unx va siendo autor/a de su propia aventura. 

Y se vuelve a uno mismo, ahora hay que observar la situación, ver dónde y cómo rompen las olas, predecir la serie y volver a elegir, elegir que ola de la serie se surfeara. Hay un momento donde hay que colocarse en posición y elegir la ola a correr. Una vez elegida y remada, si esas dos decisiones fueron tomadas y ejecutadas correctamente, se está en posición de correr la ola. Y quizás no haya solo una decisión correcta. El mar es inmenso y también impredecible pero basta una gota de agua para mostrarte las características de un mar, si se aprecia y analiza en sus elementos esenciales. 

Hay un segundo donde uno siente esa inigualable sensación de ser parte de la ola, ni muy atrás ni muy adelante, siendo parte de ella, como si ella también hubiese elegido llevarte y entonces la magia se produce. De esa comunión nace la decisión de qué truco hacer, pero ese es el próximo paso. Y luego de eso, más o menos contentxs con el resultado una vez pasada la ola, de nuevo a comenzar, a pasar la rompiente, como si nunca lo hubieses hecho. Y así una, dos y todas las veces que quieras y/o puedas. No hay fin. 

Todo cobra sentido nuevamente en tierra. Allí hay unos 10 o 15 minutos donde todo es muy confuso. No es fácil pensar, hay que tomarse esos minutos, esa pausa, para volver a esa nueva realidad y en interacción con uno mismo, con el propio cuerpo en tierra y con los otros. 

Sí, el surf es un deporte que te invita a conectarte con vos y con todo el ambiente, con la misma intensidad que la vida te propone subirte a la ola y disfrutar el viaje.

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